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“Que nos dejen acampar en paz”

Los campistas han vuelto a la costa de Fuerteventura este verano: la población local recupera una tradición y reclama que se regule ya la actividad

Itziar Fernández 0 COMENTARIOS 09/09/2022 - 08:01

Con el verano, muchos caravanistas han vuelto al litoral de Fuerteventura. Sobre la mesa está la ordenanza insular que regulará las acampadas y que establece 32 zonas en las que se podría desarrollar esta práctica tan arraigada entre la población majorera. A falta de que se apruebe, todavía reina la incertidumbre y el temor a sanciones, pero tanto la población local como los visitantes han regresado a la costa.

Uno de los asentamientos tradicionales para acampar es La Caleta, en el municipio de La Oliva. “Soy de Villaverde y, siendo una niña, hace más de 50 años venía a La Caleta con mis padres, a pasar el día con la comida, en el camión de Severo, el único que había en el pueblo, para bañarnos y jugar con los callaos”, recuerda Julia Gutiérrez.

Luego, siguió con esta forma de vacaciones en caravana junto a su familia, su marido Ángel -un gran pescador- y sus hijos. “Ahora ya tenemos autocaravana y, aunque mis hijos prefieren viajar o ir a un hotel, nosotros somos felices viendo cada día el amanecer junto al mar”, añade.

Fieles a la acampada, cada verano acondicionan y embellecen el entorno para sentirse como en casa. Sin embargo, la proliferación de vehículos camperizados que vienen de fuera y no respetan las normas enoja a los usuarios habituales. “Me indigna ver que viene gente de fuera a pasar un día o una noche, encienden el fuego en el suelo, dejan los restos de carbón y del asadero, no se llevan la basura y hacen sus necesidades entre los matos”, manifiesta enfadada Julia.

“Por unos pocos desaprensivos y guarros pagamos el resto, que hacemos batidas de limpieza y protegemos este espacio natural durante nuestra estancia aquí, para que quede mejor de lo que estaba antes”, expone.

El sol y la luna son el reloj para los campistas: marcan los paseos, los baños cuando aprieta el calor, la observación de los fondos marinos y la pesca, y al atardecer los juegos infantiles, los torneos de baraja y el asadero.

Julia Gutiérrez y su marido Ángel, matrimonio de Villaverde. 

Jubilación en caravana

Dos mujeres moriscas jubiladas que viven casi todo el año en la caravana son Chana y Águeda. Este verano han cambiado el barranco de Bigocho y Jandía por La Caleta, en busca de la tranquilidad. “El sur se masifica, así que este año hemos venido al norte y estamos encantadas, porque hay un ambiente muy familiar, la convivencia es muy agradable, y además sopla menos viento y estamos de maravilla”, explican.

Seguidamente, aprovechan para reivindicar públicamente que dejen al majorero vivir en paz. “Que nos dejen tranquilos en las playas, acampar en paz y vivir sin hacer daño a nadie”, plantean. Consideran que ya está bien de restringir actividades tradicionales como la acampada, la pesca o el marisqueo. “Todo lo quitan y al final no nos van a dejar acercarnos a las playas ni a los barrancos”, afirma Chana.

“Por unos pocos desaprensivos y guarros pagamos el resto”, se queja Julia

Para esta mujer, resulta vergonzoso que muchos campistas que han invertido en sus vehículos tengan miedo a sacar fuera una silla o una mesa por si les multan. “Toda la vida, el majorero ha sido un mariante, que salía de su casa a la costa en verano para pescar y dormir junto al mar, y ahora nos quieren quitar todo”, afirma.

En su opinión, “el pueblo debería decir basta ya, una cosa es regular y otra prohibir”, advierte. Además, se pregunta qué daño pueden hacer al medio ambiente o a la reproducción de las especies sacar una vieja con la caña, coger un pulpo o unos cangrejos.

“Los campistas reclaman que las autoridades persigan y sancionen a los gordos, a los furtivos que arrasan, navegan en lanchas rápidas desde otras islas, pescan y mariscan con artes ilegales y se van sin control”, denuncia.

Chana y Águeda, dos de las campistas.

Desconexión tecnológica

Muchos caravanistas se han lanzado a la costa tras más de dos años de pandemia, para volver a disfrutar de la costa con sus familiares y mascotas. “Aquí los niños disfrutan de la naturaleza, desconectan de las tecnologías y es la mejor terapia para regresar al colegio con las pilas cargadas”, apunta el matrimonio formado por Reinaldo y Vanesa, de Tetir, que acampan con sus dos hijos y varios amigos.

“Siempre hemos venido a La Caleta, pero este año con cautela y cierto temor por si nos echaban o mandaban a casa, pero pesaba más la ilusión de nuestros dos niños pequeños por volver a vivir en la playa en verano”, apuntan. “Somos conscientes de que es la forma más sana de educarlos”, añaden.

Chana: “Toda la vida el majorero salía de su casa a la costa en verano”

Este verano han venido con lo mínimo – sin olvidar el parchís-, pero esperan que se regule la acampada y poder regresar el próximo año con más tiempo y todas las comodidades. “No hemos recibido ninguna advertencia, ni sanción de las autoridades, sólo nos quedamos los fines de semana y hemos observado que está mucho más vacío y tranquilo que en años anteriores”, comentan.

Hace una década La Caleta se masificaba y, para poder acampar, había que obtener un permiso municipal. Incluso el Ayuntamiento de La Oliva llegó a sectorizar el suelo y dar números ante la avalancha de campistas. Literalmente, numerosos vecinos trasladaban su casa desde La Oliva, Villaverde, Puerto del Rosario, Tetir y pueblos aledaños para veranear en esta costa de Sotavento, al abrigo del viento y las olas. Este año, los pocos usuarios que hay solicitan que se ponga una cuba para abastecerse de agua potable y poder instalar duchas, baños químicos y fregar.

“Si es necesario ponemos dinero entre todos los campistas habituales, pero que traigan una cuba de agua para contar con unos servicios mínimos”, demandan. Existe una cuba para el vertido de aguas negras, pero los usuarios consideran que se deberían instalar contenedores de basura cerrados y cubetas para reciclar el vidrio o plástico.

María Dolores lleva pan de la tierra a los campistas. 

Venta ambulante de pan

Los domingos por la mañana, María Dolores se levanta temprano en el Valle de Santa Inés para comprar sacos de pan de leña y dulces, cargarlos en su maletero y emprender la venta ambulante en las zonas de acampada. “Llevar pan y dulces a los campistas en las playas es una tradición y una forma de ganarme la vida,” asegura María Dolores, que en pocas horas agota todas sus existencias.

“Me piden de todo y me suelen preguntar si vendo hielo, helados, leche, fruta o cigarros, pero no tengo neveras para poder ofrecer ese servicio, y lo mío es la venta de pan y dulces”, insiste esta vecina, que recorre más de un centenar de kilómetros por la costa distribuyendo su mercancía.

Para otros campistas habituales, como José Antonio Reyes y Teresa, junto a Guillermo y Verónica, la acampada en la zona se está perdiendo y muchos campistas han abandonado la actividad debido a las sanciones. “Este año no ha venido casi nadie, pero más por miedo que por falta de ilusión, porque al majorero le encanta pasar el verano aquí en la playa, con una caravana, de asadero, entre cañas de pescar y juegos de baraja”, resume Toni.

Para él, da mucha pena ver los aparcamientos de autocaravanas llenos en diferentes puntos de la geografía insular. “La gente casi no utiliza sus vehículos porque hay una confusión con las normas y temen que les pongan multas”, apunta. “Lo único que pedimos es que regulen y permitan la acampada de una vez, para poder disfrutar del verano al aire libre”, recalca. Este habitual de La Caleta añade que la gente necesita disfrutar del verano “como siempre, en las playas, sentir el mar y vivir al aire libre”.

Antonio Reyes y su familia en la zona de caravanas

Segmento turístico

Los campistas majoreros han detectado la presencia de muchos visitantes de otras islas y de la península que alquilan autocaravanas en Fuerteventura para disfrutar de una experiencia turística diferente. Hay empresas especializadas que alquilan autocaravanas y furgonetas camperizadas para las vacaciones. Se trata de familias con cierto poder adquisitivo, porque estos vehículos no son más baratos que un hotel. Los defensores de esta modalidad turística recalcan que aporta beneficios a las empresas locales, tanto al sector de la alimentación como a la hostelería de Fuerteventura.

Canarias ha detectado un aumento exponencial en la venta y alquiler de autocaravanas. Un estudio utilizado en la elaboración de la ordenanza de acampadas de Fuerteventura concluye que circulan alrededor de 1.700 autocaravanas por la geografía insular, aunque el dato se triplica si se incluye el número de furgonetas y remolques como caravanas, estás últimas aparcadas de forma permanente en solares privados y casas de campo.

Diego es de Gran Canaria y acampa estos días en diferentes parajes de la costa majorera con su pareja. “En nuestro caso hemos viajado con nuestra propia caravana y queríamos cambiar de isla, porque en Gran Canaria o Tenerife cada vez hay menos lugares para acampar”, explica. En su ruta recorren La Caleta, El Cotillo y Jandía. “Nos encanta la tranquilidad y las playas de Fuerteventura, y cambiar de isla ha sido un acierto”, asegura Diego, quien apunta que viajan con lo mínimo.

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