0 COMENTARIOS 10/03/2022 - 07:02

“Ojalá vivas tiempos interesantes”, afirma un proverbio chino que en realidad es una maldición. A priori es fácil de entender, pero hay que vivir momentos como los actuales para percibirlo en toda su intensidad. Porque sí, nos gustaría regresar a los tiempos burocráticos de problemas domésticos, desencuentros leves y crónicas de sucesos como todo espacio para el sobresalto. Tenemos que asumir que el mundo ha cambiado muy rápido, primero por una pandemia a escala planetaria y ahora por el espectro de una guerra en ciernes en la que estamos ya involucrados, nos guste o no. Lo estamos. Los canarios también, aunque nos pille lejos, y no solo por causas económicas. En medio, un evento natural como la erupción volcánica en la isla de La Palma se nos antoja una minucia. Es una pena y probablemente una injusticia, pero así es la mente humana, proclive a descubrir sus verdades por comparación. Y el dolor de nuestros paisanos palmeros nos parece hoy un asunto menor en comparación con la heroica defensa en las calles de Kiev o Járkov.

Repasemos un poco el acontecer del siglo XXI desde su inicio fáctico, el 11 de septiembre de 2001. No tenemos argumentos para entender la centuria del progreso tecnológico como un paradigma de desarrollo humano. Más bien es al contrario, en desafío abierto a las tesis optimistas que pronosticaron el Final de la Historia con la caída del régimen soviético en 1989. Desde el colapso de las Torres Gemelas nos hemos encontrado con años de caos y barbarie, aunque fuera lejos de nosotros, en las montañas de Asia Central o las mesetas de Siria, un país literalmente volatilizado. Ivan Krastev, politólogo búlgaro y acaso uno de los mejores analistas sobre lo que de verdad se cuece en Europa del Este, rememoraba el último día de febrero en una tribuna en The New York Times un pronóstico del poeta alemán Hans Magnus Enzensberger, pronunciado en aquel lejano y optimista 1993: “Tras la Guerra Fría vendrá una era de caos e incapacidad para distinguir entre destrucción y autodestrucción, porque en este mundo ya no hay necesidad de legitimar tus acciones. La violencia se ha liberado de la ideología”. Y en esas estamos, porque si en el siglo anterior la barbarie era canalizada a través de la radicalización ideológica, ahora asistimos a una especie de nihilismo tenebroso. No es casual que Rusia haya elegido la palabra ‘nazis’ para definir a los ucranianos. Las palabras han perdido todo su significado y es innecesario explicar a la propia parroquia los fundamentos del mal. Esto es algo que ya hemos visto con el desafío islamista y vuelve ahora canalizado a través de los delirios del inquilino del Kremlin.

Lo único bueno de las situaciones límite es que nos permiten separar la paja del grano. La crisis del Partido Popular, por ejemplo, nos aparece ahora como una pelea de parvulario, protagonizada por individuos incapaces para asumir cualquier tipo de responsabilidad, por pequeña que sea. Pues sí, al final la defensa de la libertad no es la reivindicación de la barra libre en las terrazas, como nos vendió Isabel Díaz Ayuso. A respetar la libertad nos está enseñando el presidente-héroe Volodímir Zelenski en sus vídeos diarios en redes sociales. Busquen, comparen, y si encuentran algo mejor, vótenlo.

La guerra de Ucrania va a ser la guerra de todos nosotros. Y como todas las guerras, no saldrá gratis. Las estrecheces económicas que vienen pueden prolongarse durante mucho tiempo, en función de la duración del conflicto. Cualquier pronóstico emitido al respecto corre el riesgo de quedarse viejo enseguida. El incremento en el precio de los combustibles parece el más visible, y tendrá un impacto directo en Canarias, un territorio alejado (eso, tal y como están las cosas, es bueno) y escasamente autosuficiente (eso es malo). La pandemia ya nos ofreció algunas pistas sobre cómo asumir y verbalizar lo impensable, aunque a diferencia de ahora aquel momento ofreció la luz de la colaboración científica y la hermandad de la especie. Eso es imposible cuando los enemigos son gente como nosotros, pero con otro pasaporte, hijos de realidades muy diferentes y con puntos de vista modelados por la Historia, la propaganda o la experiencia de cada cual. Probablemente no tenemos más remedio que pagar el precio, pero es que además debemos pagar el precio necesario para rescatar el sueño de la democracia liberal, una fórmula imperfecta, quizá la peor forma de gobierno a excepción de todas las demás, como dijo Churchill. El futuro de nuestro mundo depende de ello.

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