0 COMENTARIOS 27/03/2022 - 10:30

En la primera parte de esta rápida mirada sobre la historia inmobiliaria de Lanzarote y Fuerteventura dejábamos la crónica en el giro copernicano que se vivió con la llegada del turismo a partir de los años cincuenta y sesenta. El ancestral mundo agropecuario languidecía frente a la urgencia del nuevo panorama, comenzando una fiebre de compraventa de parcelas nunca vista previamente. El sociólogo Mario Gaviria, uno de los primeros en ofrecer una visión crítica del desarrollismo español, describía esta situación en los setenta de forma muy descarnada en su famoso libro España a go-go: “Fuerteventura y Lanzarote reúnen unas características paracoloniales y desérticas, con muy baja densidad de población, sin agua, sin electricidad, sin infraestructura suficiente, por lo que los precios de los terrenos eran baratos (...). Los promotores alemanes, ocultos tras sociedades anónimas y hombres de paja, han hecho su aparición en todas las islas”.

Tras siglos de quietud y desinterés, el mercado inmobiliario de estas islas entraba en ebullición. Los planes urbanísticos y especulativos llegaban a todos los rincones. No solo había inversores locales o españoles, sino también internacionales. Un ejemplo paradigmático en este sentido, fue la llamada ‘Ley Strauss’, denominada así por el ministro de Hacienda de la República Federal Alemana que la promulgó. Este programa alemán promovía ayudas fiscales para que el capital privado invirtiera en países en vías de desarrollo y fue clave para Canarias, destacando especialmente el sur de Fuerteventura, a donde se llegó a desplazar el canciller Willy Brandt.

Aunque esta primera fase fue sobre todo especulativa (el primer Plan Insular de Lanzarote de 1973 permitía casi medio millón de plazas), la construcción y sus industrias paralelas comenzaron a emerger como motor financiero, no solo por la aparición de algunos hoteles y apartamentos, sino también por el despegue de nuevas viviendas para la población local. El dinero fácil comenzaba a fluir de forma no vista hasta entonces y mucha gente enfocó su vida profesional hacia esta rama. Pero no todo era de color de rosa, y menos en un sector de vaivenes cíclicos como este. El acelerado crecimiento generó no pocas pérdidas dolorosas e innecesarias en el patrimonio cultural de las islas y un urbanismo muchas veces caótico. Además, hubo pocos ejemplos valiosos de arquitectura contemporánea, la mayoría de la nueva construcción era obra de poca calidad, y encima, a mediados de los setenta se vivió el primer gran parón económico del turismo, derivado de la crisis internacional del petróleo y de los problemas que vivía España.


Postal del antiguo Gran Hotel en los años 70/Comercial Silva.

Boom de los ochenta

La coyuntura negativa no se prolongó muchos años y el binomio turismo-construcción arrancó con más fuerza aún a partir de la de década de 1980, con la industria mundial del viaje más perfeccionada. En menos de dos décadas y media, Lanzarote y Fuerteventura multiplicaron sus visitantes por más de 10, pasando de recibir menos de 300.000 turistas al año en 1980, a casi cuatro millones a principios del siglo XXI.

El primer Plan Insular permitía casi medio millón de plazas hoteleras

La respuesta inmobiliaria a esta dinámica fue un ciclo de subida inmobiliaria apoteósico, con la salvedad de una breve coyuntura negativa a principios de los noventa, que dañó mucho a pequeños propietarios, pero que benefició a los grandes, quienes acumularon más bienes. Las constructoras no paraban de crecer y, junto a ellas, agencias inmobiliarias, fábricas de suministros, empresas de transportes, tiendas de muebles, ferreterías, etcétera. Se cimentaron grandes fortunas insulares, al tiempo que mucha clase media invirtió en una segunda o tercera residencia. El cemento no solo monopolizaba las finanzas, la redacción de los planes urbanísticos concentraba gran parte de la acción de la política local, mientras crecían las protestas de grupos ecologistas y empezaban a destaparse flagrantes casos de corrupción.

Zonas pioneras como Puerto del Carmen, Costa Teguise, Corralejo o el sur de Fuerteventura vieron sus cielos llenarse de grúas, mientras aparecían áreas nuevas como Playa Blanca o Caleta de Fuste. Pero es que, además, el sector residencial iba acelerándose, como respuesta a la ingente cantidad de nuevos trabajadores que traía el tirón económico, retroalimentando toda la maquinaria.

En 1981, Lanzarote y Fuerteventura tenían una población de raíz tradicional que no llegaban a las 80.000 personas. En cambio, en 2007 los residentes eran más de 220.000, casi cuatro veces más. Se construían tanto grandes chalés para adinerados europeos, como pequeñas viviendas para nuevos trabajadores procedentes de América, África, Europa del Este o Asia.

Aunque se puso en marcha una polémica ‘moratoria’ turística desde el gobierno local de Lanzarote y más tarde desde el regional, en el cambio de siglo el paso de la peseta al euro, la puesta en marcha de medidas fiscales como la RIC (Reserva de Inversiones de Canarias) o la aparición de las líneas aéreas low cost calentaron aún más la efervescencia inmobiliaria. Había que invertir en casas y apartamentos, los precios subían año tras año. Era un negocio seguro y las hipotecas se concedían fácilmente. Hasta que la burbuja reventó a partir de 2008.


Postal de la calle Juan Carlos I de Puerto del Carmen/Comercial Silva.

Resurrección vacacional

La denominada Gran Recesión tuvo un origen internacional, pero España fue uno de los países más castigados, al tiempo que Lanzarote y Fuerteventura se convirtieron en la zona cero.

Los pisos que hacía nada valían una fortuna, ahora se vendían a precios de saldo sin que aparecieran compradores, mientras el tejido económico se derrumbaba. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria y bancaria dejó en coma profunda una economía adicta al ladrillo como la nuestra. Fueron años de paro altísimo, quiebras empresariales y recortes. Por poner algunas cifras que ilustren la hecatombe, si en 2001 se desembarcaron en Arrecife más de 250.000 toneladas de cemento, esa estadística oficial en 2012 no llegaba a 31.000 toneladas, ni una octava parte.

Esta etapa no solo reveló lo frágil del crecimiento económico de las últimas décadas, sino que también coincidió con la resolución de numerosos casos judiciales que mostraron lo más crudo de los que algunos han llamado ‘urbanismo criminal’. Multitud de empresarios, alcaldes, jefes de oficinas técnicas, secretarios, promotores o cargos políticos eran declarados culpables en extensas tramas de corrupción. Vender y comprar parcelas había sido un gran negocio durante mucho tiempo, pero recalificar terrenos y dar licencias de construcción de forma fraudulenta desde la administración no se había quedado atrás.

El turismo vacacional ha supuesto una revolución en los últimos años

Esta etapa también fue especialmente dura en cuanto a desahucios, con muchas familias perdiendo sus viviendas y los bancos intentando deshacerse de miles de inmuebles a precios que hoy consideraríamos una ganga. Porque en lo más crudo de la Recesión se sucedieron varios cambios de origen internacional y tecnológico que, como siempre, afectaron inmediatamente a muchos destinos turísticos como nuestras islas, dando como resultado una de las fluctuaciones más radicales de este sector, ya de por sí propenso a oscilar.

Primero, los países del norte de África colapsaron en lo turístico con las ‘primaveras árabes’, dejando a Canarias sin uno de sus más potentes competidores en la oferta de sol y playa para Europa. Ese factor, unido a otros, como la mejora de las condiciones económicas en los países del centro y norte de Europa, hizo que la afluencia de turistas se reactivara de forma clara a partir de 2011. Aunque aún fue más importante la segunda novedad: el progresivo desarrollo de internet empezó a cambiar las reglas del mercado, con la aparición de un nuevo modelo de negocio que ejemplificaron Airbnb o Booking.


Esqueleto de un hotel ilegal en Costa Teguise.

La llegada del llamado turismo vacacional ha supuesto una revolución. En islas como Lanzarote y Fuerteventura esta nueva fórmula permite prescindir del tradicional turoperador y su larga cadena adyacente. El inversor, local o internacional, puede comprarse un apartamento en El Cotillo o Playa Blanca para sacarle partido desde el primer día, tratando directamente con sus clientes a través de las nuevas tecnologías, casi sin intermediarios de por medio, salvo el portal de internet. No ha sido el único cambio, las posibilidades de comunicación del mundo digital han hecho que se abran espacios del territorio insular que hasta ahora estaban lejos del turismo. Un viajero alemán puede reservarse algo en un barrio de Puerto del Rosario para descubrir cómo es la vida de los locales, o una pareja de ingleses pueden hacer su curso de surf quedándose directamente en La Caleta de Famara. Toda la Isla está abierta al alojamiento turístico y cualquier espacio es susceptible de ser alquilado, con las administraciones regulando poco a poco este nuevo segmento.

En esta situación de auge del turismo tradicional y del nuevo turismo vacacional estábamos hasta que una pandemia ha paralizado la economía mundial. Tras el primer y extremadamente duro impacto del Covid, el mercado inmobiliario ha mostrado claros síntomas de dinamismo y reactivación. No solo el turismo sigue siendo rentable, sino que también se ha vuelto a despertar el apetito del ahorrador local o europeo que quiere comprar una casa en Lanzarote o Fuerteventura. Así que, ya sabe, comprar una casa es siempre un negocio seguro..., o ruinoso; la revisión histórica da para todo.

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