CULTURA

El pueblo, frente al espejo del pintor popular

La exposición 'Suso Machín, el pintor de Puerto Cabras' recupera la obra del portuense en el centenario de su nacimiento

María Valerón 0 COMENTARIOS 14/01/2023 - 08:19

Casi no parece Puerto del Rosario. Las calles de arena y tierra, la larga, imprescindible, presencia del mar, la playa, que pone límite a los caminos, los barcos y pescadores, las pequeñas casas blancas de corte costero, las franjas tradicionales de color encuadrando las fachadas. Casi no parece Puerto del Rosario, porque no lo es: es Puerto Cabras, en las manos de Suso Machín.

En Puerto del Rosario, el pueblo de ahora, lo recuerdan los mayores y no tan mayores. Cuentan que fue guardián del viejo muelle; encargado en el cine Marga; con el puente de un barco, el Virgen de Manchas Blancas, montó su pequeño quiosco y restaurante de tapas cuando aún la orilla del mar llegaba al Hotel Fuerteventura; regentó los Paragüitas y fue también, por muchos años, pescador. Siempre junto su esposa, la muy querida Estrella Alarcón (que la memoria popular venera y mantiene intacta, a pesar de los años) formó parte de una generación de ida y vuelta del Sáhara y sur de Marruecos: su manejo de las telecomunicaciones en el ejército lo llevó en su juventud hasta Cabo Juby. Posteriormente, y ya fuera del ejército por problemas de salud, pudo retomar su trabajo en las telecomunicaciones, en este caso en el aeropuerto de Fuerteventura: en el aeropuerto viejo, primero, en el aeropuerto de El Matorral, después.

Pero Suso Machín, que el pasado 2022 habría cumplido cien años, fue, sobre todo, el pintor popular, cronista pictórico, del antiguo Puerto Cabras. El Centro de Arte Juan Ismael ha recuperado casi sesenta de sus obras en una muestra que reivindica el valor testimonial de las artes en tiempos en que la fotografía aún no se había generalizado lo suficiente en la isla para suplir ese primer puesto de testigo de su tiempo.

En una exposición sencilla, formada por obras donadas o cedidas temporalmente por familiares, amistades y vecinos y vecinas de Puerto del Rosario, se despliegan cincuenta y seis lienzos como memoria de un pueblo que ya no existe: con trazo variable, perspectivas diferentes, la mirada de Machín pasea por los emblemas de aquel Puerto Cabras pesquero.

Hay espacio para la playa 'de Don Gregorio', para el paisaje de Las Escuevas, la explanada y sus casas, el callejón del mercado, los pozos y el muelle viejo. Queda retratada la plaza antigua de la iglesia, rodeada de caminos de tierra y salpicada alrededor por casas terreras de corte costero; también el ahora conocido como “cementerio viejo”: rodeado de llanura en todos sus costados, se enfrenta, desde la memoria, al paisaje actual, en que un enorme centro comercial sustituye el llano. Se hacen hueco, además, callejones hacia el mar, detalles de esquinas y pequeñas vías que serpentean, todas de tierra, entre las casas del antiguo Puerto Cabras. El testimonio visual de Suso Machín es su gran legado.

Testimonio frente a técnica

De trazo variable, intuitivo, los tonos de esta paleta se acercan siempre a los del imaginario emocional del paisaje: azules y ocres predominan, revisitando en distintas tonalidades los elementos clave de su visión. En sus diferentes formas y en diferentes espacios, el ojo de Suso siempre alcanza al mar; en zonas de costa o en zonas rurales, el color de la arena y la arcilla de Fuerteventura quedan retratados, con el mestizaje correspondiente a una tierra de rojos, amarillos, cobrizos y castaños.

Sin embargo, más allá del análisis, el valor de la obra de Suso Machín, pintor popular y autodidacta, no debe buscarse en la técnica, la perspectiva o la construcción formal y estética. El valor de sus piezas, con un estilo que se formó a base de ensayo y error, sin acceso a escuelas de arte, sin acceso a estudios artísticos, reside de forma principal en el testimonio, del mismo modo que los versos de poetas populares que germinan siglo tras siglo en cada pueblo. Su testimonio visual, su profundo arraigo al mar y al paisaje costero, convierten a su obra en una escuela de la memoria popular.

Así lo apunta, a su vez, y como apertura, un breve texto introductorio del también pintor portuense Toño Alonso – Patallo, que hace hincapié en el artista autodidacta: “Pintaba la vida que pasaba como una forma de inmortalizarla. No esa realidad objetiva que captura una fotografía, sino algo mucho más mágico. Lo que el espectador ve cuando contempla la obra de Machín es y no es verdadero. Algo que, paradójicamente, vuelve mucho más real, más auténtica, la escena. Mediante la poética de la sencillez, encontró la forma de relatar la historia como un cuento con narrador en primera persona. Se inspiró en vivencias y recuerdos y, pincel en mano, contó su experiencia”, señala.

En este particular 'Ceci n'est pas une pipe' (ese referente en la separación entre representación pictórica, a partir de la visión del autor, y realidad), la subjetividad del autor juega un papel más: el del vecino, el habitante de dos pueblos. Primero, el Puerto Cabras pesquero; después, el Puerto del Rosario que eliminó todo rastro del anterior.

En la subjetividad del autor se mantiene esa búsqueda, mirada constante hacia el pasado, incluso en la fecha de firma de cada una de sus obras: Puerto Cabras 1931; ídem 1932, 1935, 1933, 1928; un fechado que no refiere, como tradicionalmente se señala, al momento de creación de las obras sino al recuerdo del pueblo retratado: Suso nació en 1922 e inició su labor pictórica ya en edad adulta. Son, por tanto, esas imágenes la memoria del adulto acerca del pueblo de su niñez y adolescencia.

Puerto, buques, onirismo

Distribuida, formalmente, en lo que podrían señalarse como cuatro series diferenciadas por contenido pictórico, la sala reúne las temáticas principales del pintor: la extinta Puerto Cabras, los oscuros lienzos de buques, el breve recuerdo de Cabo Juby y, por último, la deriva onírica en sus cuadros menos conocidos.

Abre la sala, como no podría ser de otra manera, la serie formada por Puerto Cabras: diecinueve piezas de las composiciones más conocidas y más extendidas del autor entre los hogares de Puerto. A las tradicionales piezas representando el mar, la costa y las calles del pueblo portuense, ya descritas anteriormente, se suman cuadros en pequeño formato de algunos parajes rurales, y no escapan al público las dedicatorias escritas sobre el propio óleo a cada uno de los receptores de las obras.

Puerto Cabras, onirismo y escenas de navegación convergen en la obra de Machín

Enfrentado a este primer conjunto, sigue un segundo grupo de obras: sus lienzos de barcos y buques de guerra. Torna ahora la paleta a tonalidades que van desde el anaranjado cadmio y siena, a tonos oscuros, grises y negros. Aquí abundan, de un lado, los homenajes a la historia de grandes buques: Acorazado Numancia, el barco holandés errante, condenado según la leyenda a vagar eternamente por el mar (que firma con el nombre de su capitán: Van Der Decken), el acorazado Lorraine o el vapor Valbanera, transatlántico de correo, naufragado, tras hacer escala y recogida de pasaje en Canarias, entre Santiago y La Habana en 1919. De otro lado, los veleros y los barcos en calma iluminan de azules los oscuros retratos de la historia de la navegación.

El que podría considerarse como un tercer bloque temático en la exposición es el formado por las piezas dedicadas a Cabo Juby: aquí el mar se inicia, en su orilla, en ocre, moteado después de los comunes turquesas y azules, un paisaje similar a las escenas costeras de Fuerteventura, donde solo resalta, en divergencia a la costa de Puerto Cabras, una edificación: se trata de uno de los más emblemáticos fuertes de Cabo Juby (actual Tarfaya), resistiendo en el centro del mar. El retrato cobra valor en la entereza del edificio que, con los años, ha sido fotografiado en innumerables ocasiones, en constante deterioro y al borde, con los años, de la ruina patrimonial.

Por último, componen un último bloque de obras un conjunto de piezas de corte onírico, una faceta más íntima y menos conocida de Machín. Cuatro óleos de gran formato en representación de cuevas de volúmenes casi irreales; junto a ellas, dos piezas en representación del paisaje polar rompen conceptual y estéticamente con todo lo anterior. Enfrentadas a ellas, dos pequeñas piezas de lo que parece tratarse de la costa africana, también con formas y trazos bañados de onirismo. Continúa este círculo onírico un conjunto de nueve óleos de temáticas marinas sobre los que el autor plasmó poemas de su propia tinta. No obstante, quizás la pieza más sorprendente sea la colocada fuera de la sala de exposiciones: un enorme óleo en tonos pastel, donde se cruzan rostros y se esconden cuerpos desnudos, animales, dragones, lunas... Se muestra aquí una faceta surrealista del autor hasta la fecha desconocida por su público portuense.

Imaginario y testimonio se dan la mano en Suso Machín. Sea su memoria una puerta hacia el sentido final del arte: retratar, desde lo emocional y experiencial, un fragmento del tiempo.

 

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