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Durruti, 90 años desde su destierro a Fuerteventura

El líder anarquista estuvo cuatro meses desterrado en la Isla en 1932 tras la insurrección del Alto Llobregat llevada a cabo en la Segunda República

Eloy Vera 0 COMENTARIOS 21/11/2022 - 08:07

A mediados de abril de 1932 desembarcó en el puerto de Puerto Cabras el navío Cánovas del Castillo. A bordo viajaba un grupo, de entre nueve y once hombres, considerados por el Gobierno de la República como “peligrosos”. Entre ellos, el líder anarquista Buenaventura Durruti que, junto al resto, permaneció desterrado cuatro meses en Fuerteventura tras la insurrección del Alto Llobregat (Cataluña) a principios de ese año.

La estancia de Durruti se sumaba a la de otros deportados a los que los distintos gobiernos habían ido enviando a Fuerteventura, convertida en una isla-prisión para aquellos que manifestaban ideas contrarias al poder.

Durruti y el resto de los anarquistas se sumaban al destierro de Miguel de Unamuno y del periodista Rodrigo Soriano en marzo de 1924 y más tarde a los del contubernio de Múnich en 1962.

Pero, ¿qué produjo la deportación de Durruti a Fuerteventura hace justo 90 años este 2022? La respuesta está en la insurrección del Alto Llobregat en enero de 1932. Nueve meses después de proclamarse la Segunda República, la situación se había convertido en insostenible en las comarcas de Manresa, en la zona del Alto Llobregat. Su gente, trabajadores de las industrias textiles, fosfato y carbón, estaban cansados del abuso de poder y decidieron convocar una huelga general, influenciados por la CNT.

Pronto, corrió la voz de que había habido un levantamiento en toda España y había llegado el comunismo libertario. “Todas las personas que estaban embutidas en esa dialéctica lo habían pasado muy mal. Decidieron, entonces, insurreccionarse y tomar los pueblos de forma pacífica, aunque hubiese llegado ya la Segunda República, cansados de vivir en condiciones penosas, en un régimen prácticamente feudal”, explica el historiador Jesús Giráldez.

El investigador y profesor de instituto lleva años siguiendo el rastro de Buenaventura Durruti. Un día llegó a sus manos la información de que el líder anarquista había estado deportado en Fuerteventura y empezó a tirar del hilo. Fascinado por el personaje y tras años de investigación, publicó en 2009 el libro Creyeron que éramos rebaño. La insurrección del Alto Llobregat y la deportación de anarquistas a Canarias y África durante la II República.

Tras la insurrección del Alto de Llobregat, Giráldez explica cómo la Republica correspondió, a través del gobierno de Azaña, “con una gran represión. Intentan tomar una medida ejemplarizante que los llevó a decidir la detención de muchas personas que participaron en la insurrección, pero también a numerosos anarquistas que eran significados, aunque no habían participado en la misma”.

A todos ellos, se les aplicó la Ley de Defensa de la República. Una ley, apunta el historiador, que “supuestamente estaba diseñada para la gente que tuviera veleidades golpistas desde la derecha y para algún ámbito militar conservador. En cambio, a quien primero se le fue a aplicar fue a los anarquistas a los que se deportó”.

El 17 de enero de 1932, Durruti dio un mitin en la zona minera de Fígols. En sus palabras, se reafirmaba en la necesidad de revolución: “No creáis en las reformas de la democracia burguesa, de la que los trabajadores nada pueden esperar (…). La democracia burguesa ha fracasado (…). Es necesario realizar la revolución”.

Las palabras fueron interpretadas como un consejo de revolución a los mineros de Fígols que se preparan para la lucha final. El 18 de enero de 1932 se declaró el comunismo libertario, por el que quedaban abolidos el dinero, la propiedad privada y la autoridad estatal. El movimiento solo duró cinco días. El ejército logró sofocar la medida.

El 21 de ese mes, Durruti y los hermanos Ascaso fueron detenidos y conducidos al puerto de Barcelona donde estuvieron encerrados en el Buenos Aires, un viejo trasatlántico cuyo futuro inmediato era el desguace, convertido ahora en cárcel flotante. En él fueron encarcelando a gente hasta superar el centenar de personas.

Tras más de 20 días en el muelle sin que sus tripulantes supieran destino, el 10 de febrero el Buenos Aires empezó a navegar. Hasta Canarias había llegado la noticia de un posible desembarco del grupo de anarquistas en la isla de Fuerteventura.

Durruti y el resto de deportados llegaron en abril a bordo del Cánovas del Castillo

Jesús Giráldez explica cómo la prensa se divide en ese momento en dos posturas enfrentadas. Por un lado, los periódicos obreros apoyan la presencia de los compañeros anarquistas y se brindan a darle una buena acogida, en Fuerteventura y Gran Canaria. Por otro, los periódicos que representan a la burguesía, “ponen el grito en el cielo porque consideran que esta gente puede traer ideas con teorías disolventes que pueden afectar a la población pacifica de Canarias”.

El País, periódico que se proclama independiente, califica a los desterrados como “hombresfiera, pistoleros, una avalancha de destructores anarquistas, una legión de forajidos, de indeseables que España arroja de su seno por ser incompatible su convivencia con el pueblo serio y honrado”. Y escribe, a continuación, Fuerteventura “la isla sedienta, la cenicienta de las Canarias” que se había honrado “muy mucho albergando en sus peñas al gran Don Miguel, viejo rebelde, pensador y eterno”, quedará “convertido ahora en infecto lazareto de podredumbre social”.

Grupo de deportados en Puerto Cabras. 

Guinea y Villa Cisneros

Mientras la prensa calentaba el ambiente, el Buenos Aires continuaba su periplo por el mar. Primero por la costa mediterránea hasta llegar a Gran Canaria. De ahí, fueron enviados a las colonias guineanas, pero allí “el elemento colonizante, con argumentos racistas, se impuso y dijo que los blancos no podían estar custodiados por negros e indígenas en Guinea”, apunta Giráldez.

Más tarde, se recibió la orden de enviarlos al Sahara. Tras 24 días de navegación, llegaron a Villa Cisneros donde también se les impidió el atraque. Más tarde, se supo que el motivo era porque viajaba Durruti. El gobernador se negó a admitir al anarquista, al que consideraba asesino de su padre Fernando González Reguera, exgobernador de Vizcaya. El hecho era falso porque la muerte coincidió con el tiempo en el que Durruti estaba en la cárcel.

Tras la negativa, el gobierno de la República vuelve a replantear qué hacer con toda esta gente. “Hay una epidemia a bordo. La gente empezó a enfermar y tuvieron que volver a Las Palmas. Uno de ellos, Antonio Soler, muere a causa de enfermedades epidémicas. A partir de ahí, se empezaron a distribuir los deportados en tres grupos. Uno se queda en Gran Canaria y poco a poco van retornando a su origen, el grupo principal se queda en Villa Cisneros y otro, entre nueve y once personas, viene a Fuerteventura donde están varios meses”.

El 13 de abril Durruti y el resto fueron embarcados en el Cánovas del Castillo y trasladados a Puerto Cabras. En el grupo también viajaban Domingo Ascaso y el tomado como cabecilla de la insurrección de Fígols, Manuel Prieto. Dos días después de llegar el barco, su compañera recibía un telegrama firmado en Fuerteventura donde Durruti le decía que había desembarcado en la Isla.

De su estancia, apenas se tiene información salvo dos cartas, una de Durruti a su hermana Rosa y otra que envió Ramón Castañeyra, el comerciante majorero que había sido anfitrión de Unamuno durante su destierro, al biógrafo de Durruti, Abel Paz.

Giráldez echa en falta un mayor reconocimiento al anarquista en Fuerteventura

El historiador majorero Elías Rodríguez, fallecido en 2018, publicó en 2013 el artículo Buenaventura Durruti en Puerto Cabras (Fuerteventura, 1932) donde aporta valiosa información sobre la estancia de Durruti en la Isla. Gracias a Elías conocemos el contenido de esas cartas. En la misiva a su hermana Rosa, el anarquista le cuenta la odisea del viaje, reprocha la poca sensibilidad que el Gobierno ha tenido con ellos y cómo viven recluidos en un cuartel donde reciben 1,75 pesetas para la manutención diaria de todos. Más tarde, los trasladarían al hotel donde se alojó Unamuno, en 1924.

En la carta a su hermana, también le cuenta que cuando llegaron a Fuerteventura “el vecindario de la Isla estaba asustado. Les habían dicho que nosotros nos comíamos a los niños crudos. Pero en cuanto nos han visto, hablado y tratado se han tranquilizado y dejan a los niños jugar con nosotros”.

La respuesta inicial de la sociedad majorera, apunta Giráldez, fue fruto de “una campaña de desprestigio mezclando todo con un discurso mitológico sobre lo malos que eran los anarquistas. Vencidas las primeras reticencias, se lo pasaron muy bien aquí y llegaron a reconocer que la gente era muy afable”.

En 1971, Ramón Castañeyra escribe a Abel Paz halagando a Durruti y contándole cómo el anarquista libró a su hermano de morir fusilado: “Nos conocíamos y le facilité libros, a los que era muy aficionado; pero cuando se marchó ya no volví a tener noticias directas de Durruti. Tenía subidos ingredientes anarquistas, y yo era su antagonista en todas las discusiones que teníamos en lo atenente a la ideología de ambos. Pero mi hermano llegó a Barcelona, en el Villa de Madrid el 20 de julio de 1936; y se vio acusado de fascista por uno de los camareros del buque, se acordó de que nos había visto conversar y se dirigió a él expresándole que era hermano mío. Fue suficiente para que Durruti le colocara en una casa de confianza, evitándole el paseo terminal”.

Elías Rodríguez llegó a entrevistar a algunos de los majoreros que tuvieron vínculo con Durruti. Algunos de ellos eran militantes o simpatizantes de la CNT. Entre ellos, el historiador habló con Juan Hormiga Rodríguez, quien le comentó que el anarquista se reunía con portuarios, obreros y marineros en el callejón de Juanito El Cojo, donde les daba información del sindicato y cómo organizarse.

Jesús Giráldez ha dedicado parte de su trayectoria investigadora a seguir el rastro de la CNT en Canarias. Asegura que Durruti y los demás anarquistas “dieron un impulso a la concienciación obrera logrando formar, vinculado al muelle de Puerto del Rosario y al grupo de pescadores, un sindicato de adscripción anarquista: la CNT que pertenecía a la Federación Obrera de Tenerife”.

Juan Hormiga también le contó a Elías que Durruti era un hombre que ayudaba mucho. Incluso, le aseguró haber visto cómo daba dinero a la gente del campo que llegaba a Puerto Cabras para que se compraran alpargatas. También le contó que un día le dio nueve monedas de plata para llevarlas a Cabo Juby, aprovechando que Hormiga viajaba con frecuencia a África, para que allí un artesano hiciera nueve anillos, uno para cada deportado y otro para él.

Otro de los entrevistados, Antonio Hormiga Domínguez, le contó a Elías que Durruti dedicaba parte de su tiempo a dar clase a los niños y personas mayores que lo deseasen. Jesús Machín le habló de las tertulias a las que asistía Durruti en casa de don Julio, un sargento de la marina, a la que asistía un reparador de telégrafos.

Jesús Giráldez recuerda una anécdota de Durruti, tres días después de llegar a la Isla. “Durruti se enteró de que tres de sus compañeros iban a ser trasladados desde Las Palmas a Fuerteventura. En aquel momento, no había puerto en la capital y los barcos fondeaban en alta mar. Los pasajeros se acercaban hasta la orilla en chalanas. Durruti se plantó ante el comandante militar y le dijo que había dos autoridades: los oficiales de la República y la autoridad de los compañeros anarquistas, por lo que exigió ir a recibirlos también en la chalana. Al final, consiguió ir a recibir a sus compañeros, en medio de toda la expectativa que se creó en el muelle de Puerto Cabras para ver llegar el barco con los deportados”.

En agosto de 1932 se puso fin al destierro de los anarquistas. Fueron a Tenerife, donde Durruti dio un mitin en la Plaza Weyler, de Santa Cruz, y de ahí a Barcelona. En septiembre, el grupo de deportados intervino en una asamblea al pie de Montjuic. Uno de los intervinientes fue Durruti, quien hizo alusión a que gracias a “la Republica pudieron desperdigar sus ideas anarquistas aprovechando su estancia en Canarias”.

Callejón de Juanito ‘El Cojo’, en Puerto Cabras.

Ni placas ni homenajes

Este 2022 se cumple el 90 aniversario de la llegada de Durruti a Fuerteventura. No ha habido homenajes, descubrimiento de placas ni cátedras culturales. Ni siquiera mención alguna. “Fuerteventura siempre fue una isla presidio y lo único que ha trascendido es que estuvieron Unamuno y Soriano. La figura que se ha puesto en el pedestal es la de Unamuno, pero se han obviado todas estas deportaciones”, lamenta el historiador Jesús Giráldez.

A su juicio, más que un homenaje “lo que hace falta es un conocimiento de los hechos, qué hicieron, por qué vinieron y reivindicar su figura. No una calle, pero sí algún tipo de reconocimiento que hiciera que la isla de Fuerteventura supiera que aquí estuvo el anarquista español, posiblemente, más conocido en la historia del movimiento obrero”.

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