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La biblioteca de Lano

Músico, trotamundos y lector voraz, los golpes de la vida llevaron a Aureliano Lage a una situación límite. “Los libros me aportan cordura, me salvan”, dice

Eloy Vera 0 COMENTARIOS 30/04/2022 - 08:29

Lano, menos conocido por Aureliano Lage, pasa dos o tres horas al día pidiendo a las puertas del supermercado del centro comercial de Puerto del Rosario. Junto a él, su perra Luna. El resto del día suele estar en su caravana leyendo. Visita una vez por semana la biblioteca. Allí, repone y vuelve a su guarida. A la semana se lee cuatro o cinco libros, la mayoría novelas, aunque también se lleva algún ensayo.

“La biblioteca me aporta cordura. Si me estanco en la situación chunga en la que estoy, mi mente no sale de esa presión”, asegura este hombre castigado por las crisis y la pandemia que marcan el rumbo del país desde hace años. En la lectura ha encontrado un refugio y en cada libro la posibilidad de vivir “un viaje, una aventura” sin moverse de su caravana.

A Lano no le parece un insulto que le llamen mendigo. Es lo que es, asegura este músico grancanario al que los avatares de la vida le bajaron del escenario hace ya algún tiempo. Nació en Gran Canaria, aunque su biografía le va situando en Argentina, Valencia, Barcelona o Fuerteventura, donde llegó por primera vez en 1991.

Ha cogido muchas veces los bártulos y subido al avión, pero siempre regresa a la Isla, su tranquilidad le ha convencido siempre para volver. Hace cinco años, decidió instalarse de forma definitiva en Fuerteventura. Llegó con la ilusión de arrancar junto a un socio un proyecto musical en bares y restaurantes. Al final, la idea no fraguó y se vio sin trabajo.

Algún tiempo antes, había cobrado un dinero y pensó que lo mejor era emplearlo en una caravana que le permitiera moverse por la Isla y, llegado el caso, hacer noche en ella. Al final, la falta de trabajo le obligó a vivir sobre cuatro ruedas. Poco a poco, el teléfono dejó de sonar y se quedó sin nada. Sin empleo, se vio empujado a pedir en la calle.

“La primera vez, lo pasé fatal”, asegura. “Me puse en la parte de atrás del Hiperdino del centro comercial con una gorra y la cabeza agachada para que no me viesen la cara. Me daba una vergüenza terrible. Me senté en el suelo encogido con un cacharrito a ver si me daban algo”, recuerda.

La falta de trabajo le llevó a la mendicidad y a tener que pedir en la calle

Una joven se acercó y le dio pan y embutido, entonces pensó que pedir no era indigno: “Al fin y al cabo, no es para drogas, sino para la subsistencia. No tengo otra opción. Hay que comer y necesito agua para mí y la perra”, argumenta. De aquella primera vez que se puso a pedir, hace ya dos años y medio. “Poco a poco se me fue pasando la vergüenza y ahora hay quienes vienen y se paran a hablar conmigo. Tenemos una relación. Hay gente muy respetuosa. La calle es muy dura, pero he conocido a personas muy buenas. Esa es la parte positiva que saco de todo esto”, insiste.

La complicidad que ha encontrado en la ciudadanía la echa en falta en las administraciones. No duda en asegurar que para los organismos oficiales las personas que están en la calle “son apestados”. “Nos esconden para que no se nos vea, pero no nos dan soluciones. No creo que falten recursos. Hay dinero y presupuestos, pero no se administran”, zanja.

Este percusionista, que se define como rockero y se atreve a versionar temas de Nirvana, reconoce que lo más duro de la calle es “sacar fuerzas cuando no las hay, levantarte por la mañana y pensar otra vez lo mismo”. En un día se pueden conseguir 10 euros, otro, tres. Intenta, al menos, hacer una comida buena al día. “Con una nómina te puedes organizar y pagar alquiler y recibos, pero cuando estás en la calle pidiendo no sabes lo que vas a sacar”, lamenta.

Confinado sobre ruedas

Cuando llevaba unos meses pidiendo y pensaba que la cosa no podía ir a peor, apareció un virus que obligó a todo el planeta a encerrarse en casa. Él lo hizo en su vivienda de cuatro ruedas, instalada en ese momento en Playa Blanca. Recuerda cómo echaron al resto de las personas que estaban allí aparcadas con sus caravanas y él se vio de un día para otro solo en la playa. “Había gente que sabía mi situación y me traían agua y comida”, explica.

También tiene palabras de agradecimiento para los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias, desplegados en la Isla los días más duros de la pandemia. “Fueron los únicos que me echaron una mano. No venían a presionarme, sino a preguntar cómo estaba”, comenta.

Estuvo en Playa Blanca hasta que las obras de construcción de la prolongación de la avenida de Puerto del Rosario le obligaron a mover su casa. Luna, tumbada en el suelo, le escucha. “La perra es la que me ha salvado y me amarra a la tierra. Es la que me obliga a salir a la calle. La veo y pienso que ella no tiene culpa de nada. Ha habido días en los, que si fuera por mí, me hubiera quedado con un bocadillo y un botellín de agua, pero la miro y pienso que tiene que comer, salir y pasear. Desde que la adopté, hace siete años, es la que me está empujando”, sostiene.

“El arte, la lectura y la música me salvan, me permiten tener otra vida”

La lectura también ha conseguido sostenerle firme. Aprendió a leer antes de pisar la escuela. También a escribir. “Tuve una infancia particular. En mi casa había problemas entre mis padres. Siempre estaba solo y la literatura fue mi refugio”, cuenta. Empezó a leer las revistas Don Miki, una publicación juvenil de los años setenta y ochenta del siglo pasado con historietas gráficas de Mickey Mouse y el pato Donald. “Para mí aquello era un viaje, una fantasía”, asegura.

Según iba creciendo en estatura, fueron apareciendo otros autores y títulos. Desde entonces, no concibe una vida sin libros. Cuando empezó a pedir en la calle hubo quienes se acercaban y le dejaban libros. Más tarde, supo de la existencia del Centro Bibliotecario Insular, ubicado en el Palacio de Congresos, y empezó a ir. Ahora va cada semana. Retira cuatro o cinco libros, normalmente dos novelas gráficas y el resto son novelas o ensayos. Orgulloso, asegura que los bibliotecarios no salen de su asombro con todo lo que él lee.

“La biblioteca me aporta cordura, tener la mente ocupada y no pensar qué voy a comer mañana, dónde voy a lavar la ropa o no tener que estar pensando que puede venir la policía a decirme que quite la caravana. Si no salgo de ese nudo, me volvería loco”, dice.

En una lista va apuntando todos los libros que va leyendo. Sobre todo, se decanta por la novela. En los últimos tiempos, ha redescubierto la novela gráfica, el manga. Sus gustos se deslizan por la ciencia ficción, todas las variantes de la novela, hasta llegar a autores como Isaac Asimov o personajes como el Eladio Monroy de Alexis Ravelo. Si tuviera que salvar un solo libro de una hoguera, Lano haría todo lo posible para que fuera más de uno. Si no pudiera, se decantaría por Panza de burro de la tinerfeña Andrea Abreu.

Reconoce que ha sido el libro que más le ha impresionado en los últimos años y aclara que su predilección “no es por su argumento y contenido, sino por la manera de escribir de su autora y cómo utiliza el léxico canario. Es una mezcla de poesía y prosa. Lo recomiendo encarecidamente”.

Si tuviera que salvar un libro de la hoguera, elegiría ‘Panza de burro’, de Abreu

Lano ha pensado alguna vez en escribir un libro, pero sabe que detrás tiene que haber mucha preparación. “No se trata de coger un papel y poner lo que salga”, insiste. Le gustaría escribir una novela: “Creo que aportaría bastante, solo con las experiencias vividas”, explica. Se inclinaría por la autoficción, un género en boga en la literatura española de los últimos años. “Mezclaría ficción con mis experiencias personales”, dice.

Cuando no está inmerso en la ficción literaria, está escuchando la radio o leyendo la prensa en internet. Contrasta la información con tres o cuatro medios. “Leo una línea editorial que, a lo mejor, es más rojilla y otra más fachilla y luego saco mis propias conclusiones”, explica. Estas semanas sigue con atención los dos temas que marcan la política exterior de España: la invasión rusa en Ucrania y la decisión del presidente Pedro Sánchez de apoyar la estrategia de Marruecos sobre el Sahara.

En el tema de Ucrania opina que está todo muy manipulado y eso “es una pena”. A su juicio, “no hay buenos ni malos, sino un conflicto de intereses. La mayoría de las guerras vienen por eso. El propio Putin promociona tanto la ultraderecha como la ultraizquierda. Solo le interesa el dinero, lo demás son cortinas de humo y fachada”.

Lano no oculta su sorpresa respecto al apoyo de Sánchez a Rabat y recuerda que “la ONU ya reconoció su derecho a la autodeterminación. Ahora Pedro Sánchez, sin saberse el motivo, toma esta decisión tan extraña de apoyar a Marruecos, enemistándose con Argelia, país que nos suministra el gas licuado”, indica. Con un conflicto internacional y una crisis energética, este hombre se pregunta qué motivos hay para enfrentarse al país que “manda lo que se necesita”.

Cada mes, Lano descarga la agenda cultural del Cabildo de Fuerteventura, donde selecciona las charlas, exposiciones y masterclass de músicos que le interesan. “El arte, la lectura, la música me salvan. Hacen que me abstraiga y pueda tener otra vida”, dice convencido.

Si piensa en otra vida posible, le gustaría volver a subirse a un escenario o, al menos, tener un trabajo. En mente, tiene varias cosas pendientes: “No me rindo, aunque cada vez lo veo más difícil”, asegura. Durante algún tiempo, se ganó la vida tocando en la calle, pero tampoco es fácil. Explica cómo en algunos municipios multan y retiran el instrumento y “hasta que no pagas la multa de 500 euros no te lo devuelven”.

En las puertas del centro comercial de la capital a veces toca unos temas. Ha encontrado la complicidad de la dirección y de los miembros de seguridad. Todos le tratan con amabilidad, reconoce.

Después de casi una hora de conversación, llega una última pregunta: ¿Qué libro faltaría por escribir? “Una biblia que no sea una patraña”, lanza como respuesta. Se despide y coge rumbo junto a Luna. Ese día tiene que ir a la biblioteca a entregar unos títulos y reponer mercancía literaria. En la caravana, le espera un ejemplar de La colmena de Camilo José Cela, la lectura que estos días le hace vivir otros mundos.

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